jueves, 24 de abril de 2014

Un dia, otro dia.

Siempre la misma historia. Suena el despertador del teléfono móvil y me despierto desorientado, con la vista nublada, ojeras a mansalva y una enorme resaca después de una interminable noche de insomnio. Una fina y delgada linea de luz entra por los ventanales de mi habitación, cegando mis ojos y obligándome a cerrarlos unos instantes. Suficientes para recordar el rostro de alguien que un día lo fue todo. Una imagen que se repite día tras día. Un rostro casi imposible de olvidar. Una belleza externa e interna. Una persona con unos defectos encantadores. Me levanto de la cama con el pie derecho a propósito y comienzo a vestirme sin prisa pero sin pausa, pues mi paseo matutino con un canino que duerme bajo mi cama me espera. Paso a paso voy adelantando el camino hasta un lugar sin nadie. Un lugar lleno de soledad y hojas caídas. Me siento, suelto a Tobi, cojo mi móvil, entro a WhatsApp y ahí me espera una media hora para mirar todo sobre ella. Su ultima conexión. Que escribe. Que hace. Que foto tiene...

A lo largo del día se me pasa por la cabeza cientos de miles de millones de veces. Lo que vivi con ella. Lo que quiero vivir con ella. A veces deseo que mis sueños se agan realidad, puesto que siempre sueño que duerme a mi lado. 

Siendo ateo, rezo a todo Dios existente, que me llame, que quiera hablar conmigo, que me diga que me quiere y que me ama. 

Y asi vivo y muero. Y asi asciendo y desciendo dentro de mi ser, ahogando mis penas en lagrimas secas que no quieren salir.

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